miércoles, 19 de julio de 2006

Al mismo ritmo que termina el bote de Pharmatón, mis fuerzas van agotándose. Una semana, una semana más y me marcho de vacaciones. No son las que yo quisiera, por supuesto. Hoy me imaginaba a mi misma en una playa pequeña, desierta, a ser posible; sola, paseando, leyendo los miles de libros pendientes, sin pensar... o pensando mucho, aún no lo sé. Tomando el sol suave, eso sí, untada de protector solar, que las células de mis lunares -esos a los que mi novio gitano hace mil años le cantaba aquello de "que los lunares de tu cuerpo me los voy a comer, me los voy a comer, me los voy a comer"- tienen una desagradable tendencia a alborotarse y crecer de modo desordenado y mortal.

¡Qué año más duro!. Cuántas cosas sobrellevadas en lo personal, en lo personal-profesional, en lo profesional.

En lo profesional se me pidió llenar el cargo y no sé si lo he hecho, pero sé que he trabajado como una mula. Tanto que esta mañana me sorprendía a mi misma aterrada por el hecho de que mi ausencia necesaria, merecida, supusiera un parón en ese trabajo que, hasta ahora, creo que ha sido, cuanto menos, eficiente. Los administrativos me miraban alucinados, ojipláticos, mientras les decía que no debería irme porque había trabajo y había que sacarlo adelante. No saber cortar el trabajo es tan duro y tan problemático como no llevarlo a cabo.

En lo personal-profesional he intentado ser fuerte, porque entendí que ese era el papel que se me pedía entonces. Si yo me hundía, quién iba a sostener la cara alta y la dignidad intacta. Tal vez no se esperaba eso de mi, pero yo me autoimpuse la carga. Hoy, mientras recordaba en voz alta los acontecimientos de ese mes de marzo maldito delante de un café y de mi secretaria, la voz se me ha quebrado y las lágrimas casi han caído. Demasiadas decepciones, demasiadas tensiones, demasiados fantasmas. La autodefensa siempre a punto, sabiendo, además, que la batalla está perdida. No sólo porque perdí al amigo, no sólo porque no he conocido a su hijo recien nacido, yo que soy la tita más tita de los hijos de mi gente, sino porque no creo haber ganado la batalla de la imagen. Y, a pesar de que nunca he sido esclava del qué dirán, me parece tan injusto ser tratada tan mal por quién no está legitimado para ello.

En lo personal, sus apariciones y desapariciones me han desestabilizado tanto. Su última "retrée" coincidió con la crisis profesional y él estuvo ahí, ayudándome, apoyándome (¿me ayudaba, me apoyaba?, al menor, así lo sentí). Aún recuerdo aquella conversación de madrugada, cuando me dejó llorar en su hombro, tal vez el único momento de flaqueza que me he permitido desde entonces. Pero a la vez que el misterio se iba desvelando (¿de verdad se iba desvelando?, al menos, así quiero creer), él se iba difuminando, escapando, alejando. Y ahora no sé ni quién es, ni dónde está, ni dónde estoy yo, ni quién soy. A pesar de sus palabras tranquilizadoras del domingo (¿fueron tranquilizadoras?, al menos, así las entendí), la desgana, el desinterés de su mensaje del lunes me dejaron derrotada. Y ahora que él está libre y triunfante, yo me siento apartada y lejana. Tal vez nada sea así, pero así es como yo me siento.

Definitivamente, necesito unas vacaciones, a pesar de que no tendré las que necesito, las que anhelo, las que me apetecen, las que busco y deseo.

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