sábado, 15 de julio de 2006

Hoy lo he visto claro. El pequeño pueblo residencial, poblado de casitas de dos plantas adosadas, con un pequeño jardín en la parte delantera, calles límpias, con el firme cuidado y las aceras perfectas. Sus vecinos en la calle, vestidos con short o bermudas y camisetas, ellas con sus melenas rubias, pecosas, ellos, con el cabello recortado, en vaqueros y camiseta, con sandalias, las adolescentes con tejanos de talle bajo, última moda. Las imagenes muestran el interior de las viviendas, marmol en el suelo, cocinas equipadas, ventanas con cortinas claras, escaleras con pasamanos de madera.
Eran las imágenes que nos llegaban hoy de la frontera de Israel con Líbano. Una pequeña raya trazada artificialmente sobre un mapa. Pero el decorado era tan distinto. No hay en esas imagenes muchos escombros -sus bombas no son tan certeras-, ni heridas, ni harapos, ni niños destrozados, ni desolación.
Sólo el miedo era el mismo, sí, el miedo de la pelirroja en camiseta que decía que era imposible vivir allí, ese miedo, ese, era el mismo que se masca al otro lado de la frontera.

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