jueves, 12 de junio de 2003

Ayer comí con mi amigo S. La ceremonia se repite cada año. Él viene a mi despacho, hacemos la declaración de la renta y luego me invita a comer... y a beber. Conozco a S desde hace muchos años. Nuestra relación es de las más bonitas. He pasado por sus noviazgos, sus problemas laborales, su matrimonio, sus hijos, su separación, sus hijos, de nuevo, sus hijos, siempre. Es el hombre con más instinto maternal que conozco.
S y yo hablamos de todo, de su vida, de la mia. Y acompañamos la charla con buenas viandas y mejores caldos.
Luego, como a mi el alcohol me desinhibe, me pongo a llamar a mis comodines. Ayer respondieron todos. Un simple sms y todos acudieron. Llamó J, que me prometió buscarme en el sur; llamó P, que insiste e insiste, a pesar de que siempre le digo que no; llamó RL, que se ofreció para acompañarme a Granada un fin de semana; e incluso llamó H, del que no sabía nada hacía meses, que hace un año estaba seguro de que yo era la mujer de su vida, convicción que sólo le duró tres días (afortunadamente, yo me dí cuenta antes de que no era mi hombre), y que me anunció su visita a Madrid para reverdecer recuerdos.
Mucha llamada, sí, pero yo acabé en casa, sola, viendo Crónicas Marcianas.

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