martes, 17 de junio de 2003

Cuando estoy alegre, cuando me pasa algo bonito, cuando estoy en un lugar hermoso; tambien cuando estoy triste, o me siento mal, o he tenido un mal día, o he fracasado en algo, en todas esas circunstancias, siempre sé a quién me gustaría tener a mi lado. Unas veces es a mi madre (¡donde se ponga una madre!), a veces un amigo/a, y, cuando estoy enamorada, sé que quiero estar en ese momento con él. Con el él de turno.
Él ha fracasado, al menos aparentemente. Y no ha acudido a mi. No me ha llamado inmediatamente, ni a los dos días, ni a la semana. En realidad, me he enterado de su fracaso por otros.
Eso no tiene más que un significado: no soy nadie para él. Una simple conocida, absolutamente prescindible. He recibido mil millones de señales en ese sentido, pero él siempre las ha ocultado con sus palabras. Y yo, dispuesta a oir siempre lo que me decía, más que a ver lo que ha ido haciendo, me he agarrado a las palabras. Ya lo dice mi abuela y el refranero, sabios ambos: obras son amores y no buenas razones.
El amor y la amistad son siempre cosa de dos. Y entiendo que él no quiera jugar, pero ¿por qué, entonces, habla como habla?.

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