lunes, 18 de octubre de 2004

Ayer el periodico daba noticia de una exposición que tiene por objeto el vudú. La leí porque se refería a Haití, ese país lejano pero que, por tantas cosas, me resulta tan cercano, y porque se refería a ese culto ancestral que tanta impresión me produce. También he oído, leído y visto noticias referidas al Ramadán, mes de sacrificio para los musulmanes, que cada año, al albur de los ciclos lunares, nos trae referencias al Corán y a sus principios.
Pensaba yo en todas estas cosas. En las religiones y en como mueven el mundo. En cómo provocan guerras y destrucción -¿la provocan o son una excusa para que los descreídos se maten y nos maten?- y, sobre todo, en lo que se parecen unas a otras.
En el caso del vudú, la simbiósis es tan perfecta que, incluso, se asimilan los santos católicos con los dioses africanos. Y, siendo los primeros, trasunto de los griegos y romanos, ya los tenemos a todos juntos, en un precioso batiburrillo (Vid. artículo de Maruja Torres, en EPS).
Pero, además, me llamó la atención esa fijeza de las religiones, de casi todas, en hacer sufrir, en exigir que sus acólitos paguen por los pecados cometidos. Las torsiones, los cimbreos y éxtasis que provoca el ron en los practicantes africanos tienen como fin penar las faltas. Incluso, se menciona una práctica que consiste en untar la vagina de las mujeres con un líquido picante, altamente corrosivo. El máximo pecado en la vagina de la mujer, que precisa más purificación que nadie.
Los musulmanes hacen algo parecido, pero más sofisticado. Un mes sin comer, beber y practicar sexo desde que sale el sol hasta que se pone. Para purificarse. También hablan de puereza de sentimientos, de evitar malos pensamientos, de ser buenas personas. Igual que a los católicos, sólo se les exige durante un mes.
Lo que me resulta más curioso es que la represión se lleva a cabo sobre aquellas costumbres naturales que aseguran la supervivencia de la raza humana: comer y procrear. La naturaleza lleva siglos propiciando estas prácticas, haciéndolas gozosas y agradables y las religiones, casi a la vez, las reprimen y las convierten en pecado. Esto sí que es ir contra natura. Como decía "Pata Negra" hace muchos años, "todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral o engorda".

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