domingo, 14 de noviembre de 2004

Esperaba la llamada. Estaba anunciada, pero como tardaba, empecé a pensar que no se produciría y, la verdad, lo agradecí. Pero no, llamó. Y, por un instante, me apeteció quedarme en la rutina, en el abandono, en lo de siempre, conocido, controlable. Cogí el teléfono y en nanodécimas de segundo decidí ser consecuente con los planes previstos. Iría a la cena, claro. Ver a antiguos amigos, reirme con ellos, saber de sus vidas después de más de dos años. Salir del agujero. Y me lo pasé genial. Y quedamos emplazados para otra vez, cerca, muy cerca. Pasitos cortos, pero pasitos.

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