sábado, 4 de diciembre de 2004

¡Cómo es la mente y el recuerdo!. ¡Cómo es la nostalgia y la memoria!. En mi tarde de febrícula, me siento en el sofá con un libro en el regazo y un disco en el ambiente. Entonces suena “Lágrimas negras”, esa canción que me sobrecoge el corazón cada vez que la oigo, sea cual sea la versión. Esta, la de Bebo y El Cigala consigue llevarme atrás, a esos días y esas noches de hace dos años. Dos años ya.
Recuerdo aquellos días, intensos, felices. Y me emociono al darme cuenta de que el tiempo, mágico, ha borrado, hoy al menos, el dolor de después, el que vino después. Hoy, el tiempo ha depurado los recuerdos y sólo se han quedado los buenos. Los recuerdos se han matizado y apenas puedo ver su cara, que se me difumina. Sin embargo, recuerdo cada sentimiento, cada sensación, cada gesto, cada sonrisa, cada palabra, pronunciada, eso sí, por alguien a quién no veo. Como en los sueños.
Aquellos metros escasos en los que mi vida se desarrolló aquella semana se dibujan nítidos mientras suena la canción. Iba y venía detrás de aquella barra y, de vez en cuando, le buscaba con la mirada. Sólo bastaba un segundo. Allí estaba. No era difícil encontrarle. El ébano de su piel resaltaba sobre todos. O tal vez yo le veía a la primera por la simple necesidad de verle, de saber que estaba allí. El teléfono en el bolsillo vibraba a veces y, entre el barullo y la música, su nombre temblaba en la pantalla. A diez metros de mí, me preguntaba cómo estaba, mientras me sonreía desde la otra punta. Y yo era feliz. Nos escapábamos furtivamente a su coche con la excusa de buscar cualquier cosa y allí un par de besos me daban la vida que me faltaba antes de conocerle. Me bastaba entrar al recinto y ver su coche aparcado para saber que entraba en la gloria. Me quedaba la última, recogiendo todo, para tener la dicha de despedirme de él con un beso antes de irme a dormir con una sonrisa entre los labios. Al despertar siempre su llamada en mi teléfono, pidiendo mi ayuda y yo corriendo veloz hacia él, hacia su llamada. Aquella noche él me esperaba cuando llegué, me llevó a un rincón y me confesó su amor. Qué felicidad. Él me quería, me lo había dicho y debía ser, entonces, verdad. Era mi oportunidad y la había aprovechado, había ganado.
Hoy, por azar, ha llegado un mensaje suyo justo cuando yo le recordaba. “Qué curioso. Pensaba ahora mismo en ti y en aquel primer septiembre. No te agobies. Recuerdo el sentimiento. Fueron días felices e intensos. Cosas de la gripe y de la música que suena. Besos nostálgicos”. Qué distinto estos besos de los que nos mandábamos cada mañana durante meses. “Un beso largo, calido, intenso y dulce”.
Sigo leyendo y escuchando el disco. Anochece sobre la ciudad, la fiebre baja y yo soy feliz por lo feliz que fui. Al menos lo viví y para mi se queda. Sólo para mi.

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