viernes, 24 de diciembre de 2004

La otra noche fue rara. Primero cené con J y un matrimonio de clientes del despacho. La pareja más pedante, snob y fascista que he conocido. Lo peor del peor ejemplo de provincianismo que uno pueda encontrar. Nos tomamos incluso una copa, con lo que le demostré a mi amigo hasta dónde soy capaz de llegar por él.
Luego me llamó R. Estaba en la ciudad con sus padres y unos amigos comunes. Ya de madrugada me acerqué a verles y tomar algo con ellos. El encuentro con los chicos que colaboran en la ONG con la que yo trabajo de vez en cuando me devolvió a mi realidad, la que me gusta. R y yo volvimos a bailar, pegados, al unísono. "Es increíble. Haga los que haga con el ritmo y la música, tú me sigues. Es un sueño bailar contigo". Sí que lo es. Y lo fue más, cuando yo buscaba significados secretos en sus gestos, en sus manos. Hoy ya no importa, porque no le admiro, ni le respeto, aunque le aprecio, sin saber muy bien por qué. Fue muy fácil despertar del sueño en que me sumió bailar con él. Demasiado fácil, porque no me hubiese importado llegar más lejos esa noche. Hay demasiadas cuentas pendientes de saldar.

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