jueves, 13 de enero de 2005

Hace unos días vi un reportaje que analizaba la situación económica de uno de esos países que nos surten de inmigración en los últimos años. Se decía allí que una de las fuentes más importantes de recursos era la constituida por las divisas que los emigrantes mandaban a sus familias. Me llamó enormemente la atención que se dijese que los hijos de esas personas que trabajan aquí en lo más ínfimo son en su país unos privilegiados, porque viven de lo que sus padres envían y esos les facilita acudir a las escuelas y vivir en mejores condiciones que los demás. Trágico, ¿no?. Sobre todo si analizamos la cuestión. ¿Cuánto puede ganar en España una señora ecuatoriana, por ejemplo, que se dedique al servicio doméstico? ¿Seiscientos euros al mes? ¿Tal vez setecientos?. No creo que mucho más. Al fin y al cabo sólo se dedica a limpiar, no es una profesional formada en otros saberes. O quizá sí, pero no se le paga por ello. A mí, a partir de aquí, no me salen las cuentas. Resulta que con esa cantidad vive aquí, paga alquiler -compartido con otras personas, claro-, come, se viste -mal, imagino- y todavía le resta algo, poco, para mandar a casa y conseguir que sus hijos sean unos privilegiados. No, si va a ser verdad cuando las campañas de apadrinamiento de niños dicen que por menos de un euro al día se puede hacer mucho por ellos en sus países. De cualquier modo, yo no dejo de pensar qué situación deben tener estas personas en sus países para correr el riesgo de venir a tantos kilómetros de distancia, dejando tantas cosas en su casa, por conseguir un trabajo mísero a cambio de un sueldo mísero, que nadie en su sano juico aceptaría.
Hay más problemas, claro. Se integran con dificultad y algunos no tienen papeles, lo que hace fácil su explotación, cuando no su inmersión directa en la delincuencia -que hasta entre los pobres hay mala gente, lo sé-.
Pero resuelven problemas también. Se ocupan del trabajo que nadie quiere, suben las cotizaciones a la seguridad social, llenan nuestros censos de niños. Claro, luego estos niños hay que escolarizarlos, pero a mi eso me parece perfecto. A la vez que se aprenden matemáticas -mal, como me pasó a mi y dicen las encuestas- los niños aprenden a darse cuenta de que hay otras razas, otras culturas, otras religiones, incluso. Y eso es bueno, ser concientes desde pequeños que la diversidad no implica inferioridad.
No sé, a mi me gustan verles por aquí. Y estoy dispuesta a ceder parte de mi bienestar por ellos. Y por otros que lo necesiten. Pero esa soy yo, Gwendolin.

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