sábado, 9 de julio de 2005

Han sido cuatro días magníficos. Empezaron con un correo hermoso, que se coló en mi bandeja de entrada y ha conseguido hacerme sonreir cada vez que he traído su contenido a mi recuerdo. Qué bonito escribe su autor y qué fácil le resulta hacer que una mujer se sienta importante. "Lo difícil sería olvidarla, señora mia". El escenario de estos días era perfecto: la playa a un lado, la montaña al otro, vegetación exhuberante. La primera noche, en la terraza del hotel, charlando con amigos, con una copa de vino blanco, la brisa del mar, la noche cálida, ya presagiaba que los días siguientes serían buenos. Y lo han sido. Ha dado tiempo de todo, trabajar relajadamente, charlar sin acritud de problemas comunes, baños de sol y agua de mar, tratamientos de hidroterapia, sauna, hamman, jacuzzi. Paseos nocturnos por el paseo marítimo, buena comida, compañía agradable. Sólo la llegada de ese mensaje, durante unos minutos, me dejó desconcertada, como cada vez que reubico afectos y se me descolocan. Pero decidí no darle importancia, tomarlo de manera lúdica y divertida, sin darle ninguna trascendencia, porque no la tiene. Dejé de pensar en ello, aunque de vez en cuando lo he buscado en mi móvil comparando divertida, igual que he releido ese correo hermoso. Relajada, cargada de energía, me da casi miedo chapotear otra vez en la realidad cotidiana, esa que, en este momento veo tan fútil, tan poco relevante y tan oscura, todo a la vez.

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