martes, 5 de julio de 2005

Sensaciones agridulces. Normalmente, el evento supone el despegue de la carrera, la culminación de lo que quieres, la manifestación pública de que estás ahí, que lo has trabajado y que darás guerra porque eso es lo que te gusta y lo que haces bien. Pero el de ayer, junto a esa alegria por la tarea bien hecha y, por fin teminada, dejaba entrever la tragedia del abandono, del rechazo injusto, cruel. Lo de ayer parecía, más que nada, la chulería, bendita, de la aspirante frente al representante de lo peor de la institución, eso que nos critican tanto y que, ante situaciones como la que se escenificó ayer, nos dan tan pocos argumentos para la defensa.
Por regla general, un acto como el de ayer te deja una sensación de alivio, de tranquilidad, pensando que tu parte está hecha y ahora depende de los demás afianzarte. Pero ayer, al termino del acto, quedaba la desolación de pensar que para nada había servido el sacrificio. Tristeza cuando debía haber habido alegría, mucha alegría. Alegría con su puntito triste. Demasiado agridulce.

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