domingo, 3 de julio de 2005

Todo es relativo. Es una frase hecha que casi siempre es cierta. Cuando hace ya once años decidí cambiar de aires, por muchas razones, alguna de las cuales no tenían nada que ver con lo laboral, me prometí a mi misma que nunca me arrepentiría de ello. Aplicando mi sentido de la autodisciplina espartana, así ha ocurrido. Lo que no significa que, a veces, en algunos momentos, sea difícil mantener la promesa. Por eso, nunca he roto los vínculos con mi origen, con mis varios orígenes. Así es más fácil la catarsis. Porque no soy capaz de tomar de cada sitio un poco, de picar afectos y cariños. Suelo exprimir cada lugar al máximo, hasta la saturación, hasta la extenuación, hasta que aparece ese deseo irrefrenable de huír, de escapar. Ahora me vuelve a pasar. Ha sido un año duro, lleno de sensaciones, de distinto tipo y condición, con mucha intensidad, con grandes dotes de pasión y dedicación, como me ocurre con casi todas las cosas a las que me entrego. A estas fechas me encuentro exhausta, agotada, cansada, exprimida, liquidada. Hoy me he sorpendido echando de menos a amigos a los que hace tiempo no frecuento, queriendo encontrarme en otro lugar, huyendo de éste y de los problemas y compañeros de viaje que aquí tengo, queriendo salir de la dinámica que, como pescadilla que se muerde la cola, me lía en su laberinto. Volar y huír, aunque sea temporalmente, durante unos días, para volver renovada, sin posos, si es que eso es posible.

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