miércoles, 28 de septiembre de 2005

Hace años tenía yo una pesadilla, de esas recurrentes que te dejan sin resuello y te despiertan más cansada de lo que te acostaste. El escenario era siempre distinto, aunque lo normal es que me ocurriese en el campo. Allí me pasaba las horas intentado levantarme, sin que las rodillas me respondiesen, blandas como mantequilla, imposible reaccionar, por más fuerza que hiciese. La impotencia y la rabia me despertaban con un sobresalto.
Curiosamente, las pesadillas desaparecieron, sin que yo fuese muy consciente de ello. Al cabo del tiempo, cuando me di cuenta lo anudé a los días en que le conocí. Él me hizo sentirme bien, importante, valorada, querida, deseada, me hizo ser feliz y, supongo que por eso, esa angustia desapareció.
Esta noche he soñado algo parecido; quería correr y no podía, las piernas no me respondían, la carrera era lenta, sin fuerza, aunque, a diferencia de aquellas pesadillas, yo estaba de pie y luchaba y lograba escapar. Lo malo ahora es que él no está, porque ya no está. Por estos días, desde hace cinco años, le echo de menos.

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