lunes, 24 de octubre de 2005

Hoy va de nostalgias. Hace años, tal día como hoy, tenía lugar una de las últimas oportunidades de salir al campo a celebrar un perol. Creo recordar que yo estudiaba segundo de carrera cuando asistí al último de verdad. Pero yo recuerdo mejor -cosas de la edad- los de mi niñez. Reunión de amigos junto a los coches. La intendencia se había repartido. Unos el pan recién hecho -teleras-, otros las sardinas frescas para asar, otros el chorizo y la panceta, otros las bebidas, cervezas y vino, preferentemente. Llégábamos alegres, dispuestos a pasarlo bien. Lo normal era que hiciese un sol de otoño, cálido y brillante. Aparcábamos junto a un riachuelo y empezaba la parafernalia de montaje de sillas, mesas de campig, botellas de agua. Los niños busacaban, buscábamos, la leña para encender el fuego. Una vez hechas las ascuas, empezaba la pitanza. A los niños nos hacían un columpio en un árbol, con un cojín o manta para evitar que nos hiciéramos polvo los culetes. También había balones, combas para saltar, aros, diábolos. El día pasaba entre risas, paseos y partidillos de fútbol. Tarde, bastante tarde, se empezaba a cocinar el arroz. Cocinaba siempre un hombre. El arroz de ese día era competencia absoluta de cocineros. Y mas tarde, cuando faltaba ya poco para anochecer, nos comíamos el perol, jugoso, con ese sabor a vino de la tierra, fuerte. Terminado el arroz, las mujeres fregaban. El perol se untaba primero con una mezcla de jabón y tierra, para evitar que se pegase, se enjuagaba con agua del arroyo perfectamente, se untaba de aceite y se guardaba para la próxima, con un papel de estraza. Se recogía la soga del columpio, los balones, los juguetes, las sillas y mesas de camping y se volvía a casa. Tradicionalmente, había caravanas para volver a casa, porque todo el mundo había hecho lo mismo. Llegábamos a casa cansados, un baño y a la cama.
Supongo que mis amigos hicieron el perol ayer y luego siguieron de copas. Hoy estarán durmiendo hasta las tantas, por eso no contestan a mis mensajes, pero no importa. Yo me acuerdo de ellos y echo de menos los peroles. Igual debería hacer uno en mi patio, que para eso tien pinta de andaluz.

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