lunes, 17 de octubre de 2005

I. ¿Por qué nos extraña que alguién que lo fue hable mal del que lo es ahora? Aquí acostumbramos a criticar a todo el mundo, al vecino, al amigo, al de al lado, sobre todo si le va bien.
Hace unos años, un profesor alababa la costumbre contraria en EE.UU. lealtad total con el nuevo mandatario, sea el que sea. "No critiques. Es mi presidente".
Obviamente, el que está no es el presidente del que se fue. ¿Por qué no decirlo? Otra cosa sería mentir. Y eso es pecado. Ni tanto ni tan calvo.
II. A mi me resulta extraño que el resultado de las elecciones de un país los anuncie la ministra de otro país. Democracia, independencia. Pues no me parece.
III. Y si hay que modificar la Constitución, ¿qué?. Otra cosa es que el horno esté para bollos. Que se nos anuncien las siete plagas de Egipto si tocamos una coma, que se nos asuste con el hundimiento del Estado. ¡Qué pérdida de tiempo! Igual muta el virus ese de la gripe de los pollos y nos estamos crispando por tonterías. Yo, por si acaso, no respiro cuando como pollo.
IV. No sólo se delinque por acción, también por omisión. Ya estamos tranquilos, ¿no?. La frontera ha quedado limpia como una patena de subsaharianos. Ya no hay que preocuparse por los asaltos a la verja de estos "rocieros" del más allá del desierto. Pero todos sabemos que dejar esta tarea a los alauitas supone que se les trate como se les está tratando. Y callamos y consentimos. Vergúenza ajena... y propia. ¿A cambio de qué? Me temo lo peor viniendo la cosa del primo del sur.

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