viernes, 23 de diciembre de 2005

Me miro al espejo, mientras inicio el ritual del acicalo diario, buscando signos evidentes del nuevo año que se me ha venido encima. Empiezo por mi pelo, con alguna cana más, pero no es nuevo el fenómeno. Que se lo pregunten a mi querida Elfo, que cada dos meses lucha contra ellas, en una batalla perdida de antemano. Sigo por mis ojos, rodeados de pequeñitas arrugas, que casi no se ven, pero que están. Tampoco son nuevas, porque son el signo de que mis ojos casi siempre rien y no se puede tener todo: una sonrisa en los ojos y que no te deje secuelas. Mi rostro, tal vez más redondo, tal vez menos terso, tal vez... Mi cuerpo más asentado, mis caderas más rotundas y firmes que hace años, lo que marca más mi cintura, mi ser más sereno en su conjunto, sí.
No veo diferencias apreciables en lo externo, así que analizo lo interno. Más seria, más consciente, más paciente, más dura.... Tal vez, más descreída, más tolerante con los defectos ajenos...y con los propios. Quizás menos atrevida...no, no menos, más valiente, pero de manera más consciente, más responsable, conociendo de antemano los riesgos y asumiéndolos. Sí, tal vez, así sea ahora.
En realidad, el cambio viene de antes, de hace dos años, de salir de mi cubículo y conocer un mundo más amplio, de enfrentarme a problemas más globales, más allá de mi ombligo y el de los mios. Ampliar fronteras tiene esas cosas. Quizás.

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