lunes, 23 de enero de 2006

Ya he contado antes en este mismo sitio lo que me gusta bailar, sobre todo con una pareja experta, que te lleva al son de la música, con la que es posible fundirse sin miedo a perder el ritmo. Por eso bailo tan mal con quien no sabe, porque me desconcierta y me lleva a trastabillarme, a tropezar, a descomponer la figura.
Cuando el partenaire escucha una música distinta a la que tú oyes e intentas acoplarte a su paso, el armonioso cuadro que forman la pareja que baila se transmuta en una parodia.
Cuando, además, ninguno de los dos miembros del dúo parece dispuesto a intentar escuchar la música que llega al oído del otro, la figura se convierte en un tira y afloja que acaba cayendo al suelo, con un ruido de tules estruendoso.
Entonces, parece que la única salida es levantarse, alisarse el frac y el vestido vaporoso y bailar solo, cada uno a su ritmo, dejando que sea el destino el que les una en la siguiente revolera.

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