lunes, 13 de noviembre de 2006

En el armario frente a mi mesa en mi desapacho de la Facultad hay una fotocopia en color de una foto. En ella aparecemos tres personas. M. C., morena, preciosa, con sus ojos negros grandes, vestida de flamenca en la feria de mi ciuda; a su izquiera estoy yo, con una camista de rayas roja y blanca, sonriendo a medias. Nos enmarca S, amigo de ambas. Ese día fue un reto para todos. Aparecimos los tres juntos, cuando M. C. tenía prohibido el trato con S. Y desafiantes dejamos prueba gráfica del encuentro, rodeados de compañeros y ex-compañeros. Disfrutamos ese día y M. C. dio otra prueba de su valentía, esa que no se le presume debido a su dulzura en el trato.
El otro día hablé con los dos. Hacía mucho que no sabía de ellos. S, después de los avatares de su vida, estaba esperando a su tercer hijo, hija, Rocío, que llegó al poco sanota y rosada, como me dijo en su sms. M. C. me habló de su divorcio, después de años de soportar el maltrato piscológico de su marido, ese que no se ve, pero que se intuye, que la redujo a un trapo inútil, que la tachó de mala madre y peor esposa, que la dejó inservible, hasta que en un arranque de valentía, otro de los que no te imaginas sabiendo su forma de ser dulce y serena, dió el paso y le echó de su vida, hace sólo unos meses. Ambos recibieron mis besos, abrazos y promesas de visita y cariño.
Respecto a mi, poco ha cambiado desde esa foto, casi nada...

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